sábado, 8 de marzo de 2014

De "La espera del amante"

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Purga
JUAN.-No podría, Excelencia. Se lo digo, quizá como un loco, o como un cuerdo confuso escogiendo sus heridas. No le ruego que me comprenda porque su rostro me niega la decencia. Puede que sin proponérmelo haya enfermado de soberbia, pero el corazón me grita de amargura. El ayuno calla el ansia porque hay demasiados que padecen un delirio de silencio. Y no pretendo defenderme. Algunos días me acurruco y duermo despierto hasta el alba. El sol me abofetea los párpados y escucho el griterío de cientos. El perdón labra el alma , los surcos necesarios para seguir preguntando por qué si la caricia sobreviene mansa. Hurtar palabras a estos muros consuela el tiempo que acuchillo con los ojos. No. Excelencia. No aspiro a lograr nada. Consumar el destino ya es la mayor proeza del espíritu. Entretanto, decidir un ejercicio de penumbra socava más esas veleidades que algunos se obstinan en complacer. Desde aquí el trino de los pájaros es tan diáfano como una mañana de mayo. Cualquier nube me atolondra porque no tengo reposo suficiente para trazar el rumbo de una respuesta, para encender un fuego amigo que tirite conmigo reservando su calor. No preciso más de lo que amo aunque la desgracia se derrame en el rocío salado e incandescente. No tengo miedo, Excelencia. No tengo miedo. Sopeso el valor de la maravilla y levanto lo convenido a todas las oraciones clementes y piadosas. Nos hemos olvidado de ser honrados y justos, la idolatría se ha instalado entre nosotros sin esfuerzo. Acomoda sus quimeras mientras las jornadas debilitan cada sombra más allá de cualquier bosque frondoso.

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