ADELAIDA.-¿Tienes
prisa? (Cierra la ventana.) ¿Puedes contestar a mi pregunta?
RAÚL.-Sí...
ADELAIDA.-¿Tienes...
mucha prisa?
RAÚL.-Sí...
ADELAIDA.-¿Para
qué?
RAÚL.-Iba
a salir.
ADELAIDA.-Te
necesito esta tarde.
RAÚL.-Sí.
ADELAIDA.-También
te necesito mañana por la tarde. En realidad, tienes todas las
tardes ocupadas. Salvo que yo te dé permiso para salir.
RAÚL.-Sí.
(Camina hacia la puerta.)
ADELAIDA.-¿Y
por qué tienes un lápiz en la oreja?
RAÚL.-(Continúa
caminando. No responde. Guarda el cuaderno. Quita el lápiz de la
oreja. Lo guarda en el bolsillo. Regresa.) Yo...
ADELAIDA.-¿Por
qué tenías un lápiz en la oreja?
RAÚL.-Me
olvidé. (Gira mareado hacia la puerta.)
ADELAIDA.-(Lo
empuja de una patada. Pronuncia su nombre.) Te he hecho una
pregunta.
RAÚL.-Estaba...
estaba escribiendo.
ADELAIDA.-¿Escribiendo
qué?
RAÚL.-(Se
aclara la garganta.) Un poema, señora.
ADELAIDA.-¿Un
poema? ¿Qué poema?
RAÚL.-Un
poema para mi chica.
ADELAIDA.-Ah.
Termina de recoger.
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