Desde
hace años el mes de mayo me plantea retos. Mi corazón se recoge ,
mi cuarto hierve y los objetos, las palabras y los rostros se elevan
impulsados por cientos de burbujas que quiebran la pintura de las
paredes, la cáscara de la materia se agrieta-es curioso que este año
haya obras en el piso y que halle poquito descanso al recostar el
día; los olores a pigmento, a escombro; los gritos de los obreros,
las máquinas serrando los lingotes de madera. Los martillazos en las
jambas me provocan una inquietud aún mayor-. Reflexiono en una
intimidad incierta y se iluminan momentos importantes de mi vida,
desamores y rechazos, alegrías y caricias. A ratos me avergüenzo y
de vez en cuando..., también me río. Supongo que algo tendrá que
ver la irrupción anual de la primavera. Vivimos una época de
profundas transformaciones y una situación laboral lamentable; pero
detesto la queja a pesar de las dificultades. Deseo que todas las
mañanas sean diferentes, preparo ensayos, tareas que promuevan la
investigación y continúo escribiendo. Estudio, leo y aspiro a otra
felicidad.
Hasta
ahora no me había dado cuenta, cabalmente, de la soledad de la
creación. Es un rumor sordo, espolea la imaginación hacia lugares
insospechados; aunque también es una extraña serenidad que me hace
tolerar la existencia, amar con fuerza a mis seres queridos y
saborear intensamente el café recién hecho. Siento otra esperanza
en la vida cuando recuerdo mi condición de ciudadano.
La
lluvia nutre la tierra. Aguardo conmovido en mis silencios más días
soledados.
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