A
veces... me detengo a reposar el corazón. Escojo una obra de
Shakespeare al azar y la abro por cualquier parte.
Me
acurruco con el libro entre las manos y leo despacio, recibiendo cada
palabra como un regalo, como un acto de rebelión contra la barbarie.
Como toda la fuerza que necesito.
Y
me doy permiso para que las lágrimas que me arden en los párpados
desciendan, para que mi tórax crepite y me digo "adelante,
jovencito". Y me dejo conmover. Y me vacío de pena. Y respiro
profundamente.
Y
descanso con una extraña serenidad que sosiega el hervidero de mis
latidos. Que reconforta el óxido de mi ternura.
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