Me
disponía a sobrevivir. En realidad, ya no tenía nada más que
hacer. El cuidado era irrelevante. Los pedazos estaban
diseminados por toda la ciudad. Caminar a tientas. Detenerme en el
metro. Observar cientos de rostros. Ver la hora-menos mal que el
tiempo no se detiene-. Apoyarme en la paredes como si padeciera de
vértigo.
En
el vagón, Teseo vende linternas. Dos parejas se besan y una señora
protege sus cabellos con una gorra que promociona pinturas plásticas.
Caída
libre. Encarnación de un color. De niño me dolían los ojos a la
luz de las velas
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